Romie. Yui. Lucas. Ronnie y Raymond. Billy. Bats. Vickie. Estos son los niños. Y desde hace más tiempo del que recuerdan, han estado solos. Son los últimos niños del mundo y también son vampiros, sumidos en una infancia eterna entre las ruinas de la humanidad. Pero resulta que al final no estaban solos y este descubrimiento lo transforma todo. El cambio llega de noche y aunque puede empezar con uno solo, se extiende como un fuego terrible. Es un acontecimiento tan perturbador que termina dividiendo al grupo y lanzándolo a un camino de descubrimiento que destruirá su inocencia para siempre.
La alienación en entornos aislados es uno de los temas fundamentales en la obra de Jeff Lemire (para todos aquellos de vosotros que hayáis leído algún cómic suyo ya sabéis de lo que hablo) así que era bastante fácil que fuera a funcionar un título de estas características estando el amigo Lemire de por medio. Estamos, pues, en un futuro distópico en el que la humanidad ha desaparecido y los únicos supervivientes no son expresamente niños normales…
Estos niños, con breves pinceladas en el presente y algún flashback de sus pasados, están definidos impecablemente, porque todo el mundo sabe que el autor canadiense es un maestro retratando la tristeza, pero también es un gran creador de personajes.
Al dibujo tenemos a Dustin Nguyen en un notable cambio de registro. Aquí, aunque siga siendo perfectamente reconocible, hace un trabajo diametralmente opuesto a lo que le hemos visto en sus series anteriores. Estamos ante una obra en blanco y negro, con los lápices entintados de manera muy marcada y con tonos de gris aplicados con trama mecánica a la vieja usanza. Las únicas notas de color regulares son masas de rojo para mostrar la sangre, que produce un efecto muy potente en el contraste con el monocromo del resto de la obra.
En definitiva: Este primer tomo de Little Monsters es una presentación espléndida, una que no llega a cerrar un primer arco argumental y que nos deja con un gran cliffhanger, pero que establece un mundo fascinante que deja con ganas de más.
Por Francisco José Arcos Serrano